martes, 9 de julio de 2013

¿CÓMO EMPIEZA LA CORRUPCIÓN DE LOS PARTIDOS?

El origen de la corrupción.
Ningún episodio resultó tan revelador sobre la profundidad de la ciénaga como aquella vez en la que un dirigente del PSOE andaluz rescató de su recuerdo una tarde en la sede, cuando se reunieron y uno de ellos empezó a contarles la pena que sentía por la muerte reciente de uno de los históricos del partido, los momentos que pasaron juntos en los momentos difíciles del franquismo y la transición, la fidelidad de siempre pese a las desavenencias internas… Y ahora, ahora que se había muerto, su familia no tenía ni para llegar a fin de mes. “¿Qué podemos hacer para ayudarlos?”, preguntó uno de ellos, conmovido por el recuerdo. Y como estaba próxima una campaña electoral y la maquinaria de la recaudación del partido funcionaba a pleno rendimiento, el más resuelto de todos resolvió la duda con decisión: “No se hable más, lo próximo que se cobre, se lo damos a ella. Le mandamos el maletín y ya nos ajustaremos en la campaña…”
La anécdota, real y desoladora, tuvo lugar en los años 90 y debió de producirse antes de que en el Partido Socialista se decidiera constituir una sociedad, Filesa, para centralizar y organizar el cobro de las comisiones ilegales, habida cuenta del descontrol enorme que existía. Pudimos pensar entonces, a la vista de la convulsión política y de las consecuencias de aquel escándalo en el Partido Socialista de Felipe González, que la clase política española quedaría vacunada de estas prácticas y que, pasados ya los momentos más difíciles de la Transición política, los aparatos de los partidos iban a ponerle fin a esa praxis generalizada, transversal, que conocemos como 'corrupción política'.
Desde las corbatas de Camps hasta las cuentas de Suiza de Bárcenas, aquí sólo hay un caso: la financiación ilegal de los partidos. Y en torno a esa raíz podrida, todo lo demás que se va encajando: las ‘donaciones’ de los empresarios amigos; los sobresueldos a los dirigentes; las cuentas ficticias de las campañas que se entregan a los órganos de control; los ‘regalos’ a algún líder de opinión…Pero no ha ocurrido así, ya ven, porque la raíz de la corrupción, el origen de todo, que es la financiación ilegal de los partidos políticos, se ha mantenido intacta hasta la actualidad. Sencillamente, los partidos políticos son incapaces de gestionarse a sí mismos sin incurrir en la financiación ilegal, a través de las instituciones que gobiernan. Ese es el núcleo del que, luego, nace todo lo demás. Tan normal ha llegado a ser, que se llegó a aquel extremo delirante del maletín del muerto.
Desde Filesa hasta la Gürtel, se puede trazar una línea recta que atraviesa todo el mapa político y todos los territorios. Por no cambiar, no cambia ni el lenguaje ni las formas. Los maletines y las bolsas con fajos de billetes, para sobresueldos o para campañas electorales, que llegan a la sede tras la concesión de una obra pública o un servicio público que ya estaba amañado. Se trata sólo de descolgar un teléfono porque dentro del partido, y fuera, todo el mundo conoce cómo funcionan las cosas. “Te va a llamar fulanito. Sólo te pido que lo atiendas, que te tomes un café con él y que seas amable”. La frase la ponen ahora en boca de Bárcenas o de Álvaro Lapuerta, pero hace 25 años en este país no se hablaba de otra cosa que de los cafelitos de Juan Guerra. El café de la corrupción.
Quiere decirse, en definitiva, que por mucho que se niegue, no otra cosa que la financiación ilegal del Partido Popular en los últimos 20 años es lo que vamos conociendo desde que se estalló en los juzgados la Gürtel. Va saliendo a borbotones, como vómitos de una alcantarilla saturada, atascada. Habrá ramificaciones más o menos pintorescas, que luego tendrán en los tribunales de Justicia el recorrido que tengan, pero desde las corbatas de Camps hasta las cuentas de Suiza de Bárcenas, aquí sólo hay un caso, el más elemental, el más repetido, la raíz de todo: la financiación ilegal de los partidos políticos. Y en torno a esa raíz podrida, todo lo demás que se va encajando, a medida que se conoce, hasta completar el puzle completo. Las ‘donaciones’ de los empresarios amigos; los sobresueldos a los dirigentes del partido; las cuentas ficticias de las campañas electorales que se entregan a los órganos de control; los ‘regalos’, en dinero contante y sonante, a algún líder de opinión; o las fortunas emergentes de muchos de ellos.
En el punto exacto en el que nos encontramos, la única duda es si Luis Bárcenas quiere dar un paso cualitativo en su estrategia de presión mantenida hasta ahora. Dicho de otra forma, si, además de sus demonios particulares, que se cuentan con los dedos de una mano (la secretaria general del PP, las fiscales de Anticorrupción, algún abogado de la acusación…), Bárcenas ha decidido asumir el riesgo de plantear un proceso general contra la financiación irregular del Partido Popular en la que él mismo acabará salpicado. ¿Querrá inmolarse en la denuncia y abrirse otro frente judicial, añadido a los que ya tiene abiertos y que le han conducido a la cárcel? Si tan seguro tiene, como suele repetir desde hace años, que puede acreditar el origen lícito de sus cuentas millonarias en Suiza, ¿para qué se va a implicar en un macroproceso de corrupción, en el que él tendría un papel protagonista y que convulsionaría el país? Sus abogados de siempre han debido pensar que es por ese sendero de delación por el que pretende caminar Bárcenas cuando han renunciado a su defensa, tantos años después. Quizá han sentido el escalofrío de otros cuando han visto a Bárcenas pasear sus papeles, como se contaba aquí (‘Bárcenas ataca de nuevo’): “¿Soportaría la democracia española un escándalo así, la posibilidad de provocar la más grave crisis del sistema que se recuerda en democracia?”.

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