El pasado noviembre, el Real Instituto Elcano realizaba una encuesta sobre la Marca España. Una de las preguntas era, tras sugerir una serie de personalidades españolas, que valoraran “en una escala de 0 a 10, la capacidad de proyectar una buena imagen de España en el exterior”. La relación la encabezaba, con un 7 y por encima del Príncipe de Asturias, la reina Doña Sofía. Este fin de semana, apenas siete meses después, ha vivido su particular fin de semana de pasión con silbidos y abucheos nada menos que en los palcos del Real y el Auditorio, posiblemente, sus escenarios favoritos de la Corte.
En la encuesta del Elcano, las tres personalidades mejor valoradas fueron los miembros de la Familia Real por este orden: Doña Sofía, el Príncipe de Asturias (con un 6,8) y el Rey (6,5). Rubalcaba, con un 4,1; Duran Lleida (4,2) o Mariano Rajoy (4,2) cerraban la lista.
En apenas siete meses, la opinión pública ha cambiado totalmente su percepción de la Familia Real. El declive que se inició –precisamente- el 14 de abril de 2012 con el ‘accidente’ del Rey en Botsuana junto a Corinna, el caso Urdangarin y la imputación y desimputación de la infanta Cristina, así como otros incidentes menores como el accidente de caza de Froilán junto a su padre en Soria o las traiciones familiares en forma de libro de la princesa Letizia han acabado por echar pendiente abajo las notas de la Familia Real en las encuestas.
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el medidor oficial de la preocupación de la sociedad española, dio la primera señal de alarma en noviembre de 2011. Por vez primera, la Monarquía suspendía en la valoración de los españoles. La institución, que siempre encabezó la lista de las instituciones que más confianza daban a los españoles, hasta 2004, y que llegó a sacar notas cercanas al 8, se desplomaba: suspendía con un 4,8 y era ampliamente superada en el favor de la sociedad española por el Ejército, las Fuerzas de Seguridad y hasta por los siempre vapuleados medios de comunicación.
Ante ello, el CIS optó por una medida típicamente española: dejó de preguntar, y las cuestiones sobre la Monarquía desaparecieron de las encuestas. Pero el problema seguía allí, como se demostró cuando el centro volvió a preguntar en abril pasado, en pleno proceso de la imputación de la infanta Cristina por el caso Nóos. El resultado: pasaba del 4,89 de finales de 2011 a un muy alarmante 3,68, prácticamente la mitad del 6,72 que cosechaba -por ejemplo- en 1998.
La Casa del Rey se había puesto manos a la obra. El pasado jueves reunía en el Palacio Real a las principales instituciones del Estado en un acto de reivindicación de la figura de don Juan de Borbón por su centenario que, en realidad, era un acto de apoyo a la Corona, con la presencia en la misa, incluso, del expresidente Rodríguez Zapatero.
Pero la realidad es muy tozuda, y doña Sofía -apenas 24 horas después de ese acto en la capilla real- veía cómo los abucheos y los pitidos, nunca acallados por los aplausos de la zona más cercana al palco, tomaban el Real en el homenaje a Teresa Berganza. Siempre quedaba la excusa –esgrimida por ejemplo en la inauguración hace un año de la Feria del Libro- de que los pitidos y la bronca eran para el ministro Wert, curtido en mil broncas y curado de espantos y abucheos. Pero al día siguiente, en el Auditorio, el concierto de aire y pateos volvió a repetirse.
Doña Sofía, que en las colas de Jesús de Medinaceli hace unos meses había sido ‘absuelta’ de la bronca por el Madrid castizo, recibía este fin de semana la amonestación del mundo que más veces le ovacionó: el de la cultura y, más concretamente, el de la música clásica. Algo muy similar a lo que sucedía a la infanta Elena en la corrida de la Beneficiencia, cuando el tercer matador Sebastián Castella no pudo hacer el preceptivo brindis por temor al concierto de pitos y abucheos que se habían producido en los dos primeros toros.
En la Casa, las alarmas siguen disparadas y todas las estrategias se contemplan. Sobre todo, la de espaciar las apariciones de la Familia en los actos públicos… Por lo menos, hasta que escampe.
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