Por un debate sobre el porvenir del euro.
Hay que atacar los problemas de fondo para evitar la explosión de la moneda común o, lo que sería más grave, la puesta en marcha de una Europa a dos velocidades, la de los ricos y la de los pobres.
Cada vez más voces ponen abiertamente en duda la existencia del euro como moneda “única” entre los 17 países que la han adoptado. Por su parte, cinco premios Nobel de Economía (James Mirrlees, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Christopher Pissarides, Thomas Sargent) consideran que España e Italia no podrán llevar a cabo las reformas exigidas sin provocar una crisis social de una amplitud devastadora para sus economías, y que si estos dos países se hunden bajo la presión de la austeridad, todo el dispositivo de la moneda única se disgregará. Estos temores no son nuevos, pero el problema es que son cada vez más compartidos. Poco a poco se va instalando la idea de que el euro puede desaparecer si no se toman medidas radicales para salvarlo. Evidentemente, no es posible entrar aquí en este debate altamente técnico y no desprovisto de segundas intenciones políticas. Lo que es seguro es que a pesar de las previsiones en forma de wishful thinking de la Comisión Europea (la última con fecha el 3 de mayo de 2013), el gusano está en la fruta. Así pues, lo interesante de las intervenciones de los Nobel de Economía es que nos obligan a salir de los biempensantes sobre esta cuestión.
Las causas principales de la crisis del euro no son todas debidas a la crisis económica mundial de 2008; de todos modos, estas habrían conducido a una explosión, aunque no hubieran sido precipitadas por la ofensiva de los mercados financieros que querían reconstituir sus pérdidas rápidamente a partir de 2010. Estas causas se deben principalmente a dos factores estructurales: la ausencia de coherencia de la zona euro, ligada a los desequilibrios de las balanzas de pagos y, por tanto, a la división estructural que se instauró entre los países del norte con superávit (Alemania, Países Bajos, Austria) y los países del sur deficitarios (entre ellos, tendencialmente, Francia); y la acentuación de esta divergencia de competitividad debida a la insuficiente integración dentro de la zona que, por falta de un presupuesto europeo capaz de financiarla seriamente, reproduce entre las regiones europeas las desigualdades preexistentes al establecimiento de la moneda única.
Y también a dos factores coyunturales: el euro fuerte, que penaliza la competitividad tanto dentro como fuera de la zona euro y que beneficia esencialmente a Alemania; y los dramáticos errores de gestión del Banco Central Europeo al principio de la crisis, que no supo ver que se trataba de una crisis sistémica del capitalismo financiero internacional.
Los mercados financieros han centrado sus ataques especulativos en los países deficitarios haciendo su deuda soberana insoportable y acentuando aún más los déficits. Ahora bien, en esta ocasión se ha constatado que la solidaridad europea era un deseo piadoso, ya que con un presupuesto europeo en torno al 1% del PIB no se pueden hacer milagros. Queda la austeridad que la troika impone hoy día a través de una política coercitiva y disciplinaria. En cuanto al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) destinado a ayudar a los países en dificultad, Alemania solo lo acepta con la condición de que la zona euro adopte el TECG (Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza Europea), plan de ajuste estructural digno del FMI. Se puede apostar a que la aplicación de este tratado va a revelarse muy peligrosa para los países en dificultad: el artículo 3 reafirma en efecto el dogma por el que la situación presupuestaria de las Administraciones públicas debe ser o equilibrada o de superávit (¡nunca visto!) e impone un calendario de convergencia hacia un “objetivo a medio plazo” que no debe sobrepasar un “déficit estructural” por encima del 0,5% del PIB. Para aclarar: más desreglamentación, mayor flexibilidad del mercado laboral, más privatización. De ahí las crisis políticas de legitimación que no dejarán de surgir y de las que ya vemos las premisas en Francia. De hecho, los dirigentes políticos europeos no quieren atacar los problemas de fondo del euro. Y ello porque todos aceptan la doxa monetarista reinante en el seno del Banco Central.
En realidad, el euro estuvo mal concebido desde el principio. Sin una arquitectura gubernamental, un presupuesto federal ni una coordinación fiscal y social era imposible llevar a cabo una moneda única que fuera provechosa para todos los miembros de la zona euro. Este debate se produjo a principios de los años 1990, desde entonces ha sido olvidado. Hay que retomarlo para evitar la explosión del euro o, lo que sería más grave todavía, la puesta en marcha de una Europa a dos velocidades, la de los ricos y la de los pobres.
Podemos examinar aquí rápidamente varios escenarios. El primero es el elegido por la Comisión de Bruselas, el Banco Central Europeo y Alemania: imposición de una política de austeridad que, de facto, rompe todos los mecanismos de cohesión social existentes en los países en dificultad. Baste aquí decir que será muy difícil llevar esta política hasta el final, salvo si se corre el riesgo de padecer explosiones sociales que pueden desembocar en la destrucción de todo el proyecto europeo. Las divergencias en España entre el Gobierno y los barones del PP, o en Francia en el mismo seno del Partido Socialista, son emblemáticas en cuanto a las dificultades a la hora de aplicar esta política de austeridad.
El segundo escenario es el de la evolución desde el actual euro caro hacia un euro competitivo, menos caro, que favorecería las exportaciones de todos los países europeos. Ello supone un gobierno económico europeo que oriente la política monetaria del Banco Central. Es un escenario del que, desgraciadamente, Alemania no quiere oír hablar, porque el euro sobrevalorado le resulta más provechoso. Penaliza las exportaciones de los países en dificultad y aumenta el desequilibrio de la balanza de pagos. En 2000, momento de su lanzamiento, tras solo algunos meses, el euro cotizaba a 1,16 con respecto al dólar, que hoy ronda en torno a 1,30 dólares. Esta sobrevaloración resulta de una complicidad objetiva de la estrategia entre el Bundesbank alemán y el Banco Central Europeo, que abogan por la independencia total de su acción con respecto a los Gobiernos nacionales. Sin embargo, el BCE cometió errores gravísimos al principio de la crisis, que en una Europa democrática habrían supuesto a sus dirigentes ser, por lo menos, destituidos…
El tercer escenario es preconizado por algunos grandes economistas alemanes (entre ellos, los profesores Hans-Werner Sinn o, también, Wilhelm Nölling), que, de forma diversa, mantienen que hay que considerar la “salida organizada” de los países del sur y la constitución de un núcleo duro con Estados del norte (de cinco a seis) dentro del euro actual. La idea implícita de este razonamiento es que, de todos modos, en razón de las divergencias en el seno de la zona monetaria, los países del sur no podrán soportar en un futuro previsible obligaciones impuestas por los países del norte. Por tanto, no sirve de nada imponer a los países deficitarios curas de austeridad y ello ralentiza el proceso de integración de los países del norte.
El cuarto escenario, principalmente defendido en Francia por algunos economistas, sostiene que para salvar el euro hay que operar una mutación en la moneda única para ir hacia una moneda “común”. Esta constituiría un sistema que religaría en la zona euro las monedas nacionales (euro-marco, euro-franco, euro-pesetas, etcétera) a un patrón común, que funcionaría como moneda de cambio y de reserva internacional. Ello permitiría a estas monedas fluctuar en su seno y operar devaluaciones competitivas, que son necesarias para lanzar de nuevo la actividad económica. La ventaja de esta solución sería conservar una moneda común, por tanto no habría que renunciar al euro, y permitiría a cada país sumarse, a su propio ritmo, a esta moneda sin tener que padecer exigencias de criterios presupuestarios y de déficits impuestos por el TECG. Así, volvería a ser posible la idea de políticas nacionales contracíclicas.
Por supuesto, estos cuatro escenarios implican visiones diferentes del futuro de Europa, que no son, por otro lado, limitativos. Es también otro motivo para la urgencia de abrir el debate, pues está en juego el porvenir de la Unión.
Sami Naïr es profesor invitado de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. En breve se publicará su último libro, ¿Por qué se rebelan? (Clave Intelectual, 2013).
No hay comentarios:
Publicar un comentario