Nueva Zelanda es el segundo país del mundo con menor índice de corrupción. El pasado enero, un periódico de la Isla Sur abría a toda página con el titular “Una pareja defrauda 179.000 dólares neozelandeses a la Seguridad Social”. Pues vaya historia, pensé. ¿No tendrán nada mejor para hoy? Aún así, la leí con interés. La historia, recogida por otros periódicos también aunque de un modo menos destacado, era la de una pareja que durante años había cobrado el paro mientras trabajaba. Y habiendo convivido, se habían declarado solteros para ahorrarse dinero. Mi sorpresa se tornó en estupor cuando vi que el periódico también le dedicaba el editorial, que titulaba “La desgracia nacional”.
¡Guau! Igualito que en España. A esas alturas, mi chico y yo ya llevábamos cerca de un mes viajando por tierras australianas y neozelandesas, tiempo suficiente para hacernos una idea del civismo y educación de su gente. En muchos campings no hay nadie que te cobre: hay una cajita con sobres en los que dejas el dinero y te vas. ¡Y la gente lo hace! Hicimos un mini crucero en el que uno consumía lo que le apetecía, lo apuntaba en una listita y lo pagaba al final. Igualito que en España.
Y ahora nos rasgamos las vestiduras.
Estados Unidos no está entre los países menos corruptos. De hecho, en el mapa de la corrupción tiene el mismo color naranjita que España. Sin embargo, está mal visto defraudar a Hacienda o copiar en el colegio, y a un presidente le pueden echar por mentiroso (léase Bill Clinton). Igualito que en España.
Reconozco que, como española, estas actitudes me dan envidia. ¿Por qué hemos votado los españoles año tras año a políticos a sabiendas de que apestaban a corrupción? Probablemente porque en el fondo a todos nos gustaría forrarnos con un pelotazo (a mí la primera), nos resultan guays los amiguetes que pagan menos impuestos de lo que debieran, no nos parece mal que nuestro hijo copie en un examen si con ello aprueba...
Mientras todo nos iba bien no nos costaba mirar para otro lado.Sin embargo, ahora, de golpe y porrazo, nos rasgamos las vestiduras al descubrir que toda nuestra clase política se encuentra bajo la sospecha de corrupción. ¿Por qué? Posiblemente, porque mientras todo nos iba bien no nos costaba mirar para otro lado. Pero ahora no podemos soportar que otros se hayan forrado mientras nosotros sufrimos recorte tras recorte y nos empobrecemos cada vez más.
Ya, ya lo sé. Éste no es un blog de política, sino sobre esas cosas que nos pasan en el trabajo. Y si me he lanzado a escribir sobre corrupción es porque el otro día leí un artículo en Expansión en el que se aseguraba que las empresas están reforzando sus códigos éticos para evitar casos de corrupción. Esto está muy bien. La lástima es que sea necesario.
Todos podemos hacer algo.
Lo que quiero decir es que sí, estamos indignados por la crisis que viven nuestras instituciones. Pero esperamos que sean otros (políticos, empresarios, sindicalistas…) los que nos resuelvan la papeleta. Jamás se nos ocurre que nosotros podamos poner algo de nuestra parte para poner remedio a esta fea situación. Podríamos, por ejemplo, dejar de votar a partidos en los que haya políticos corruptos y no hagan nada para remediarlo, probablemente el único modo de que éstos se vean obligados a refundarse. Podríamos dejar de faltar al trabajo porque sí y tener en cuenta que el absentismo laboral afecta a nuestros compañeros. Podríamos olvidarnos de aceptar alegremente una parte del sueldo en dinero B o negarnos a pagar nada que no lleve el IVA incluido. Podríamos no rechazar trabajos porque aún nos quedan unos meses de subsidio de desempleo. Podríamos no aparcar en segunda fila o, al menos, pagar las multas de tráfico.
Podríamos, en definitiva, dejar de pensar exclusivamente en nosotros mismos.Podríamos, en definitiva, dejar de pensar exclusivamente en nosotros mismos y ser más solidarios con los demás, con nuestra comunidad de vecinos, nuestros compañeros de trabajo o nuestro país.
Los países del Norte de Europa también están entre los menos corruptos del mundo. El pasado domingo, Jordi Évole dedicó su programa Salvados a la educación y se fue hasta Finlandia para conocer por qué su sistema educativo está entre los mejores del planeta. Se dieron varias e interesantes explicaciones, pero fue hacia el final del programa cuando uno de los invitados, un español afincado en el país, tocó fibra.
-Es una cuestión cultural. En España, a nadie le preocupan las cosas mientras a él le vaya bien. En Finlandia, lo que importa es el bien común.
Hay formas de regenerar este país, pero van más allá de depurar responsabilidades políticas –aunque esto sea fundamental- y de que las empresas dicten códigos éticos –aunque esto sea muy loable-. Y todos podemos hacer algo al respecto. Estoy (casi) seguro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario