martes, 20 de noviembre de 2012

DISMINUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA EN EL FUTURO

El jabalí socializado(foto J.A.Miyares)
España despoblada

Las estadísticas prefiguran una sociedad anciana rodeada de islas de parados jóvenes.
España se despuebla, dice el Instituto Nacional de Estadística (INE). Perderá una décima parte de la población en los próximos 40 años. En 2022 ya se notará la pérdida de densidad demográfica; habrá 45 millones de habitantes, en lugar de los 46 millones actuales. No tienen razón los maledicentes; el fenómeno no puede imputarse a que los españoles huyan despavoridos ante la política económica o las canciones de Bisbal. Se debe al descenso del número de mujeres en edad fértil, causado a su vez por la caída de la natalidad en los ochenta y principios de los noventa. Con largo aliento profético, el INE pronostica que el número de nacidos no volverá a crecer hasta 2030, aunque recaerá en 2040. Quién sabe, quizá en 2030 la solución de la escasez demográfica sea la clonación. Hay otra causa que explica el vaciado del país: el hundimiento del saldo migratorio. Aquí, el pronóstico es menos lejano. Este año llegarán a España 376.696 inmigrantes; pero saldrán del país 558.175 emigrantes. Tal como quería, el Gobierno ha conseguido acallar el efecto llamada y así se escucha amplificado el reclamo para españoles parados que suena desde otros países.

Las series del INE evocan un paisaje apocalíptico, de lúgubres distopías. Las estadísticas prefiguran una sociedad anciana (la esperanza de vida seguirá subiendo hasta los 86 años en los hombres y los 90 en las mujeres en 2051), con un aumento significativo de las defunciones debido al crecimiento de la edad y (esto no lo dice el INE, pero también se puede extrapolar el presente) rodeada de islas de parados jóvenes. En esta sociedad desequilibrada por la caída de la población, las pensiones se convertirían en un lujo. En 2022 habría 10 personas activas por cada seis inactivas (niños, jubilados); en 2051, la proporción sería prácticamente de un ocupado por un inactivo.

Solo son tendencias; preocupantes, sí, pero susceptibles de corrección. Si España gana otro Mundial, o si los merkelianos perdonan a Europa las políticas de ajuste, o si en las próximas elecciones gana un candidato que sepa decir algo más que “haremos lo que hay que hacer”, o si Mas se queda, quizá mejore el ánimo reproductor, aumenten los nacimientos y no se despidan los emigrantes.

BRASIL SALÍÓ DE LA CRISIS NO CUMPLIENDO LOS CONSEJOS DEL FMI.
El país que dirige Dilma Rousseff se convirtió en solo cuatro años en la nación más rica de toda América Latina.

Corrían los años 70 y Brasil, como buena parte de América Latina vivía el espejismo de una economía próspera. A golpe de crédito creció una industria pagada por acreedores internacionales. Créditos que algún día habría que devolver. En los 80 se rompió la burbuja y poco a poco el país amenazó con entrar en bancarrota. Bajo el disfraz de un gran salvador, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial ofrecieron sendos préstamos a Brasil y a otras economías latinoamericanas. Esas líneas de crédito se convirtieron en deuda pública a unos intereses desorbitados, engordados poco a poco por la especulación de los mercados. En esas condiciones el endeudamiento no desapareció sino que se aplazó y fue creciendo.

«En ese periodo Brasil dejó de crecer y se convirtió en un ejemplo de desigualdad social», recordaba la presidenta Dilma Rousseff en la XXII Cumbre Iberoamericana. Las cifras negativas continuaron en Brasil durante dos décadas, retomando el bache en la crisis de los tigres asiáticos solo 10 años más tarde. El debilitamiento de estas economías supuso la disminución de los recursos externos para financiar el déficit del país. Se utilizaron unos 10.000 millones de dólares para financiar la economía y se adoptaron duras medidas de política monetaria. De nuevo se volvió a pedir dinero al FMI y al Banco Mundial.

En esta ocasión el plan de ayuda financiera sumaría 41.000 millones de dólares, que deberían ser utilizados en dos años. Como condición de este préstamo, Brasil debía mantener la política cambiaria y aplicar un nuevo paquete con 51 medidas fiscales a su población. «La consolidación fiscal exagerada y simultánea no es la mejor respuesta a la crisis mundial. Puede incluso agravarla llevando a una gran recesión», recordó la presidenta de Brasil en la Cumbre. Hablaba por experiencia, pues en el año 1998, bajo la presidencia de Henrique Cardoso, el déficit fiscal de Brasil se elevó hasta el 7%. La cura casi mata al enfermo.

El Brasil de Lula
«Cuando empecé mi gobierno, el 10% de la población más rica cogía la mitad del dinero del país y le dejaban a los más pobres apenas el 10%», relató el exmandatario Lula da Silva en una entrevista concedida a la revista colombiana «Semana» al final de su mandato presidencial.

Lula da Silva llegó al poder en el año 2003 y seguiría allí hasta el 2011, exactamente los años en que Brasil llevó a cabo su milagro económico. Durante su mandato, Lula se opuso a continuar con la senda de austeridad que le dejó Cardoso. Al contrario, aumentó el salario mínimo en un 62%, acabó con la desnutrición infantil y escolarizó a las clases humildes. Impulsó la creación de cuentas bancarias para los pobres, lo que ascendió a 45 millones el número de brasileños con depósitos activos.

Se dieron créditos consignados por valor de 200.000 millones de dólares, préstamos con tasas muy reducidas que se devolvían en 30 días y se reactivó el consumo: «Creció siete veces más, sobre todo en los sectores populares», afirmó Da Silva. Un mecanismo que se aseguró de llevar a cabo sin intermediarios. «No creo que deba existir la figura del intermediario, porque la mitad de la plata se queda con él. En Brasil las personas que reciben beneficios del Gobierno no tienen contacto con intermediarios. Reciben una tarjeta magnética con la que puede ir al banco y sacar el dinero. Eso es sagrado», recalcó el expresidente.

Además Brasil logró reducir en más de un 70% la desnutrición de su población gracias a políticas de fomento de la agricultura familiar, distribución de alimentos a las clases más desfavorecidas y programas de ayuda a la lactancia materna. Se crearon escuelas, universidades y sobre todo, se creó empleo y se devolvió el préstamo con creces.

«Hasta le pagamos la deuda el Fondo Monetario Internacional.Después de dos años de gobierno, le devolvimos 16.000 millones de dólares que le debíamos. Hoy el FMI nos debe 14.000 millones de dólares que les prestamos para ayudar a la crisis de los países ricos», dijo Lula.

Algo parecido apuntaba Dilma Rousseff en la Cumbre Iberoamericana: «Es necesaria la adopción de una estrategia que obtenga resultados concretos para las personas y presente un horizonte de esperanza, no sólo la perspectiva de más años de sufrimiento».

Es cierto que Brasil sigue siendo hoy una de las economías más desigualitarias, que existen problemas de corrupción y que deja mucho que desear en cuestiones de seguridad ciudadana, pero también que en 2010, en plena crisis financiera mundial, logró crecer un 7,5% y a día de hoy es la nación más próspera de toda América Latina y la sexta más rica del mundo.



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