lunes, 7 de mayo de 2012

EL ABSENTISMO DE SUS SEÑORÍAS UNA BOFETADA PARA LOS CIUDADANOS


¿Dónde están sus señorías?

Los diputados alegan que la mayor carga de trabajo no se hace en el hemiciclo
Algunos debates son rituales del siglo XIX, dicen los expertos
Madrid planea multar a concejales que eludan los plenos
Ana Botella, alcaldesa de Madrid, está decidida a enarbolar la bandera del compromiso y la dedicación de los políticos. El Ayuntamiento de la capital está confeccionando un nuevo reglamento de la institución que contempla que los concejales que no cumplan con sus obligaciones podrán ser sancionados si dejan de asistir de forma reiterada o injustificada a los plenos o a determinados órganos colegiados. “Dependiendo de la gravedad de la infracción —ausencias— perderán más o menos días de sueldo, aunque no se les retire su condición de concejal al tratarse de un derecho que adquirimos por ser elegidos en las urnas”, dice el texto que, de momento, es un borrador, aunque cuenta con el consenso del resto de grupos de la Cámara (PSOE, UPyD e IU). El importe de las multas es una incógnita porque aún no se sabe si las fijará la mesa o cada grupo por su cuenta.

La iniciativa se inscribe en el deseo de Botella de actualizar un reglamento obsoleto que no contemplaba actuaciones que se dan de hecho: que la alcaldesa responda a preguntas de la oposición o que los ediles dejen de percibir dietas por asistir a las reuniones de los consejos de administración de empresas públicas. “La verdad es que los concejales acuden puntualmente a los plenos y a las comisiones. Se ha hecho por ejemplaridad”, sostiene una fuente municipal. Quizá la idea fuera esa, pero ha destapado la caja de los truenos en un momento de crisis y en el que la Red hierve comentando la dedicación de concejales, diputados o senadores.

Uno de los advenedizos en la política, el actor y ahora diputado por UPyD, Toni Cantó, contribuyó a ese debate el 8 de febrero, en el primer pleno del Congreso de esta legislatura, al cuestionar la conducta de sus compañeros. Cantó colgó en su cuenta de Twitter dos fotografías que generaron un enfado mayúsculo entre la mayoría de parlamentarios: dos imágenes de un hemiciclo semivacío cuando se debatían cuatro proposiciones económicas. “Hoy no puede estar más desangelado”, denunciaba el actor, que desató una furibunda reacción en la Cámara.

Antonio Gallego, diputado por Barcelona del Partido Popular (PP), era de los pocos parlamentarios que salía en los retratos que hizo Cantó. Esa noche, antes de volar a Barcelona, supo que su rostro figuraba en el Twitter y replicó: “No puede ser más tonto: que vuelva a la farándula. Sin acritud”. El actor se disculpó, pero semanas después el incidente aún le dolía a Gallego. “Me atrevo a hablar en nombre de todos los diputados”, explicó. “Es de mal compañero hacer una foto para denunciar que a determinada hora de determinado día no hay nadie en la bancada. Es como si quisiera decir que el resto somos unos vagos”. Y recordó que Cantó ignoraba que ese día 10 ministros comparecían en el Senado. O algo de la vida diaria de un diputado: “Quizá no sabía que están en sus despachos manteniendo reuniones con los sectores o preparando intervenciones o redactando un artículo. No estar en el escaño no quiere decir no trabajar: quizá eso él no lo sabía”, ironizó.

El episodio provocó que el presidente del Congreso, el popular Jesús Posada, remitiera una semana después una circular a los miembros de la Cámara recordándoles el artículo del reglamento que les impide tomar fotos del hemiciclo al ser una tarea permitida solo a los periodistas acreditados. La mayoría ya lo sabían. José Bono, el expresidente del Congreso, ya reconvino en su día al convergente Carles Campuzano por filmar un inocente vídeo sobre la sesión de apertura de la penúltima legislatura que colgó en la red. Bono le avisó del riesgo de que podía grabar a un diputado en un compromiso.

Más allá de la anécdota, el debate suscitado pone de relieve la perplejidad de muchos ciudadanos cuando la televisión emite imágenes del hemiciclo con infinidad de escaños libres en contraste con lo que sucede en las sesiones del control del Gobierno o en los debates de política general. ¿Dónde están entonces sus señorías?

La coincidencia en la respuesta de los afectados, de punta a punta del arco, es abrumadora: trabajando. O en los despachos con visitas. O preparando una interpelación. O en una reunión en un ministerio. “El que más trabaja no es el que más calienta el escaño. Que estés leyendo un informe en tu despacho y no en el hemiciclo no quiere decir que estés en un spa”, añade Gallego. La democristiana Nuria de Gispert, presidenta del Parlamento catalán, comparte esa tesis, pero confiesa que a veces, desde la mesa presidencial, sufre cuando ve la Cámara desierta: “Y pienso: ‘¡Ay esa foto, esa foto!”.

El problema no es exclusivo ni del Congreso ni del Parlamento catalán ni de los hemiciclos de las otras autonomías. La cuestión es común en todas las Cámaras de Europa. El catedrático de Ciencia Política Fernando Vallespín, que fue presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), es categórico. “Si hay un gremio que trabaja las 24 horas al día es el de los parlamentarios”, sostiene y asegura que los políticos están sintonizados todo el día y disponibles para cualquier reacción. Su experiencia como presidente del CIS avala esa conclusión: dice que los diputados que asistían a las comisiones preparaban de forma concienzuda sus discursos. “Cualquier cosa que se dice queda registrada para los investigadores del futuro. Hay mucho trabajo que no se ve: dos horas de comisión pueden comportar trabajo de varios días”, añade. “Comprendo su frustración: es una labor sorda que luce poco porque sus intervenciones son limitadas”.

Frente a esta visión, Carlos Martínez, diputado de UPyD, por Madrid, número dos de Rosa Díez —Cantó ya no quiere ahondar en el tema— está en las antípodas: “Yo no sé si trabajan o no, pero lo que digo es que en los debates no se escucha, el hemiciclo se vacía y luego los diputados acuden a votar a un debate al que no han asistido. Es normal que la gente esté decepcionada”. Y relata que lo habitual en un pleno de 350 diputados haya solo 100 o 50. “Y, de esos, muchos tienen conversaciones privadas y en voz alta sin que se pueda oír al orador. Y es cuando el presidente llama la atención. O como cuando los diputados de PP y PSOE se jalean mutuamente y es de patio de colegio”. En defensa de Cantó, critica que no se puedan hacer fotos: “Es decimonónico. No se pueden poner puertas al campo”.

Ciutadans es un partido catalán que comparte con UPyD la visión radical de la política, pero su postura es más moderada. Aun así, no rehúye la autocrítica. La formación cuenta en el Parlamento catalán con tres diputados y su portavoz, Albert Rivera, confiesa que no llegan a todo. Ahora está en su despacho haciendo tres cosas a la vez: sigue el pleno por la tele, prepara una interpelación a Artur Mas y recibe a este diario. Cree que la Cámara catalana adolece de “mala praxis”: “Se podría doblar la frecuencia de los plenos y hacer una sesión diaria a la semana (ahora duran dos y son cada 15 días)”. Rivera celebra que la ciudadanía “controle” a los políticos y apuesta por cambiar el funcionamiento: “Debemos hacer autocrítica. Hay que explicar que cuando no estamos en la Cámara no estamos en el bar”. Por ello, apuesta por abrir el Parlamento a los ciudadanos. Su partido invita desde hace meses a ciudadanos a que asistan a un pleno. Rivera cree más en la pedagogía que en la sanción, aunque ve con buenos ojos la idea de Ana Botella: “Sería incluso extrapolable, con matices, a los Parlamentos”.

Joan Herrera fue siete años portavoz de Iniciativa per Catalunya (ICV-EUiA) en el Congreso y ahora preside a su grupo en la Cámara catalana. Sostiene que los grupos pequeños asumen un volumen de trabajo enorme en comparación con los grandes y revela que hay algunos parlamentarios, sobre todo en estos últimos, que se les conoce como los brazos de madera porque “casi nunca intervienen y solo están para votar”. Ante una foto vacía del hemiciclo, es tajante: “No es justo. Cuando trabajas más es cuando no estás en él”. Pero admite que, en algunos debates, sobre todo en “temas sensibles”, debería haber más diputados. Uno sobre la dación de pago, recuerda, atrajo el interés de 15 de los 135 diputados catalanes. Herrera estaba entre ellos.

Fernando Vallespín, en cualquier caso, incide en que el sistema electoral no favorece el contacto entre los parlamentarios y los ciudadanos, a diferencia de lo que sucede con el británico, donde la circunscripción es uninominal y el diputado es elegido en listas abiertas y por distrito. Las campañas se hacen puerta a puerta y el político debe rendir cuentas. “El Congreso está demasiado mediatizado por los partidos. El político mantiene el vínculo con ellos mucho más que con los ciudadanos”, dice. Pero no hay fórmulas mágicas: el sistema inglés goza de esa ventaja, pero es menos proporcional que el español. Eso sí, en la Cámara inglesa se ven los mismos vacíos que en la española. Pero el catedrático de Ciencia Políticas y exrector de la Autónoma de Barcelona (UAB) Josep Maria Valles va más allá y ve otras razones de peso que debilitan al Congreso. Valles, que fue consejero de Justicia con Pasqual Maragall, sostiene que los Parlamentos actuales ya no desempeñan las funciones que les atribuyó el Estado liberal: “Ya no son el lugar donde se formulan, se negocian, se adoptan o rechazan las grandes opciones políticas”. Y da un argumento: salvo “contadísimas excepciones”, lo que se somete al formalismo parlamentario en un pleno está ya determinado de antemano en la sede de los partidos. Dice que ningún diputado cambia de opinión y voto en función de los discursos de un pleno, por lo que no necesitan estar en él; solo irán a votar. “El hemiciclo vacío o semivacío es la imagen de la contradicción entre un ritual formalista del siglo XIX, previsto para funciones que el Parlamento ha perdido, y el cometido que ejerce (o podría ejercer) un Parlamento del siglo XXI”, reflexiona. Y pone este ejemplo de lo que podría hacer: el seguimiento puntual y la evaluación documentada —“Y no superficial”— de la ejecución presupuestaria del Gobierno.

Alberto Garzón, diputado de Izquierda Unida por Málaga, que se estrena en este mandato, se quedó estupefacto el día de la sesión de investidura de Mariano Rajoy: el hemiciclo se vació tras la intervención del PP y PSOE y le tocaba el turno a CiU. “Yo filmé ese momento. No se quedó casi nadie. El vídeo pasó desapercibido porque no me insultó un diputado del PP”, señala en contraste con el revuelo que levantaron las fotos de Toni Cantó. Garzón entiende ahora perfectamente al desaparecido José Antonio Labordeta cuando se encaró furioso a la bancada popular para que callara y le dejaran hablar. “El día de la investidura”, cuenta Garzón. “No pudimos oír a Cayo Lara porque los diputados socialistas de alrededor no paraban de hablar. Y eso que en atril hay micrófonos”.

No entra a discutir si los parlamentarios trabajan o no —“Sé lo que hacemos nosotros: somos 11 diputados para 22 comisiones”—, pero sí lo que ve: en los grandes debates, los diputados se van tras la intervención del PP y PSOE. “El resumen de la política es este: se habla para los medios y la gente que sigue el pleno por televisión; el resto ni te escucha”, explica. Y denuncia, por ejemplo, que el ministro de Economía, Luis de Guindos, le anuló el derecho de réplica durante la discusión del decreto de la reforma financiera. “Diputados socialistas me felicitaron, pero hay disciplina de partido y es lo que prima [el PSOE votó a favor]. Tres o cuatro personas deciden y el resto son marionetas. No es justificable, pero casi es compresible que vayan poco. Hasta el presidente indica la hora de la votación”.

Al filo de esa reflexión, César Luena, diputado socialista por La Rioja, rezuma sarcasmo cuando dice que nadie toma imágenes cuando el Congreso está lleno en sesiones a las diez de la noche. Pero entiende que en tiempos de crisis es normal que los políticos sean supervisados por la ciudadanía, por mucho que un diputado, como en su caso, deba simultanear el estudio de un asunto de minería, otro sobre derechos humanos y un tercero sobre el estatuto de los expresidentes. Harto de las críticas, el convergente Campuzano tiene guardada para la ocasión una metáfora: “Siempre pongo este ejemplo. Cuando uno va a comer a un restaurante, solo ve el plato que te ponen en la mesa y no el trabajo de cocina que hay detrás”.



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