Llevamos días siguiendo el juicio al fiscal general del Estado acusado de una supuesta revelación de datos, y tras tanto ruido mediático, poco o nada ha quedado claro sobre qué ocurrió realmente. Lo que sí percibimos los ciudadanos de a pie es cómo la política ha invadido la justicia y la justicia se deja arrastrar por la política.
Y me pregunto: si es cierto que un fiscal puede usar su cargo para hacer política, ¿dónde quedo yo, quién me protege? Y si un fiscal puede verse envuelto en una trama de estas características, ¿qué garantías tengo yo como ciudadano?
Es triste. Porque más allá del caso concreto, lo que de verdad inquieta es la sensación de que la independencia judicial se resquebraja, de que las instituciones que deberían ser ejemplo de rigor acaban siendo campo de batalla partidista y, al mismo tiempo, un espectáculo con horas y horas de tertulias y miles de titulares.
Es como si viviéramos una nueva versión de pan y circo. Aunque este circo, sinceramente, asusta un poco.
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