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sábado, 4 de abril de 2020

UN GOBIERNO QUE SE QUIERE LAVAR LAS MANOS

TODOS HÉROES CON LA PISTOLA EN LA CABEZA.
De la sacrificada Generación de Pana de nuestros padres y abuelos, que sin darse pote reconstruyó España en los años 50, 60 y 70, hemos pasado a la ñoñería de la blandita Generación Copo de Nieve, que magnifica lo trivial, llama «evento» a tomarse unas croquetas delante de un PowerPoint y saluda el esfuerzo regular como si se tratase de una inaudita gesta homérica.
Un capitán que en un naufragio pone a todos sus marineros a salvo y aguanta estoico a bordo, aun a riesgo de irse a pique, es un héroe. Una madre sola y sin recursos, que logra sacar a sus hijos adelante en condiciones muy adversas, es una heroína. Esos sanitarios, que sin apenas pegar ojo y
sin las protecciones debidas se juegan el tipo contra la epidemia, son héroes. Pero no: los españoles que nos hemos visto forzados a permanecer recluidos en nuestras viviendas no somos ningunos héroes, aunque sea cierto que soportamos una situación incómoda, antinatural y pesada.
 
Personalmente sigo albergando dudas de que fuese imprescindible clausurarlo todo de esta manera extrema, un coma inducido para la economía. Tampoco acabo de entender el criterio por el que se puede sacar a un perro a tomar el aire cada dos por tres y no a un niño al menos una vez al día. Ni sé por qué no pueden abrir una ferretería o una droguería, y sí una tienda de comida ecológica o una panadería, cuando llevando el servicio con cautela el riesgo de contagio sería similar en todos los establecimientos (y no quebraría tanta gente). No entiendo porque se aplica idéntico confinamiento absoluto en Madrid, epicentro de este drama, con 4.483 muertos y una tasa de contagios de 406 casos por cien mil habitantes, que en poblaciones pequeñas donde todavía no ha muerto nadie y donde los niveles de contagio son muy bajos. Y toda vez que en España apenas se hacen test, y por tanto no se sabe quién contagia y quién no, también me pregunto si haber encerrado a todos en sus casas no ha facilitado a la postre la transmisión intrafamiliar. Por último, percibo un claro abuso de autoridad, confundiendo estado de alerta con estado de excepción, restringiendo la libertad de prensa (preguntas filtradas) y anulando de facto la capacidad de control de Parlamento, médula de toda democracia.
Pese a todo, dada la emergencia sanitaria, nuestro deber cívico es acatar las órdenes del Gobierno y quedarnos en casa. Y así lo haremos. Pero sobra jabón hiperbólico cuando se ensalza nuestro supuesto heroísmo. Estar en casa con tus seres queridos, con tu novela o tu atracón de Netflix, la birrita vespertina, calefacción, la nevera llena, las noticias en el móvil y la capacidad de hablar con todo el mundo viendo su tele-cara... todo eso les parecería un paraíso a nuestros abuelos, que soportaron las penurias de la guerra y la posguerra -a veces hambre literal-, o a quienes huyen de la violencia y la mugre en unas pateras tipo ruleta rusa. Banalizamos la palabra héroe. Pregunten a los españoles si este verano estarían dispuestos a tener solo diez días de vacaciones para ayudar a levantar el país tras este crack, verían lo heroicos que somos...

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