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lunes, 6 de abril de 2020

LA ISLA DE LOS CEROS CONTAGIOS.

La isla de los cero contagios: aislamiento en el lugar más aislado de Europa.

A 2.000 kilómetros de Lisboa, la isla portuguesa de Corvo, el punto más occidental y lejano del continente, siempre vivió bajo el confinamiento, ahora redoblado en plena crisis sanitaria.

La novena y más remota de las islas Azores se asienta sobre un antiguo volcán, en medio de un limbo rural con aspecto extraterrestre. Lejos, muy lejos. A 2.000 kilómetros de Lisboa, ahí sobreviven en sus casitas de piedra los poco más de 400 habitantes del último rincón de Portugal y de Europa.
Ahora que medio mundo permanece bajo un estricto régimen de aislamiento, mirar a la Isla de Corvo significa reflejarse en el espejo de la soledad más absoluta. Siempre fue así, como testimonia la noche de los tiempos. Y hoy mucho más, porque los vecinos han dejado de reunirse en el bar y apenas abren las cortinas para no sucumbir a la sensación de vacío, con ecos de las noticias sobre esas ciudades fantasma en que se han convertido las urbes del continente herido.
En los siglos XVI y XVII, se dejaban caer corsarios y piratas que no daban crédito al vislumbrar el cráter-laguna de Caldeirao. Y hasta hace poco algunos visitantes se colaban de vez en cuando en su monotonía, tal vez atraídos por la llamada de la lontananza. Pero ya no, pues las conexiones por barco a la Isla de las Flores (única vía de transporte disponible) se han interrumpido en aplicación del estado de emergencia decretado por el primer ministro portugués, Antonio Costa.
Se permite exclusivamente un navío con mercancías… y si el tiempo lo permite, porque las frecuentes tempestades forman parte de su devenir cotidiano, tal cual aconteció esta misma semana. De hecho, un portavoz del Gobierno regional de Azores reconoció a ABC que fletaron un avión Dash Q200 con capacidad para 1.608 kilogramos de carga al objeto de garantizar el suministro de víveres y medicinas a una población acostumbrada a deambular suspendida en una especie de «finisterre» tan abstracto como eterno, en un callejón sin salida a cielo abierto. Un atisbo de ayuda en el seno del «tour de force» que preside su confinamiento, mientras el resto de los europeos descubrimos ahora lo que representa ese vocablo.
La decisión de prohibir el traslado de isla a isla había sido consensuada con el presidente conservador Marcelo Rebelo de Sousa, quien precisamente se desplazó a Vila de Corvo la pasada Navidad al haber elegido la diminuta población como telón de fondo para su mensaje de Año Nuevo. Un símbolo de que su mandato ampara incluso a los portugueses de un sitio tan recóndito, donde la lusofonía se diluye en una jerga difícil de comprender.

El coronavirus no bate los acantilados

Hay 66 casos de contagio por coronavirus en el conjunto de los nueve territorios de ultramar que componen el archipiélago, por ahora sin fallecidos, pero ninguno se ubica en esta peculiar isla de 17 kilómetros cuadrados. De modo que su cierre a cal y canto trata de impedir que el virus arribe a estos acantilados.
Bastan dos reveladores datos para subrayar su perenne destierro en alta mar: por esos senderos casi no se producen accidentes de tráfico, aunque algunos lugareños conducen un vehículo… hasta el punto de que no constaba ningún percance a lo largo del lustro 2010-2015, año en el que un derrape sesgó la vida de una de esas turistas que se atrevieron a desafiar la ley del silencio. El segundo indicador es que solo hay un producto de Corvo que se comercializa en las tiendas temáticas de las Azores repartidas entre Lisboa y Oporto: se trata de un queso con denominación de origen que pesa un kilo y se vende al precio de 24 euros con el marchamo de la pureza.
Recuerden a Cary Grant esperando en medio de la nada en aquella mítica escena desplegada por Alfred Hitchcock en «Con la muerte en los talones» y se harán una idea de lo que significa lanzar la vista al infinito en este reino de la distancia, esa palabra que ha entrado en nuestras vidas sin avisar, cortando bruscamente las relaciones presenciales. O vislumbren a Ingrid Bergman desesperada y abandonada a su suerte en «Strómboli», de Roberto Rossellini, con las embestidas de la lava en plena erupción volcánica.
Y si de referencias literarias a Corvo se trata, no olviden las páginas de «Dama de Porto Pim», de Antonio Tabucchi, o de «Las islas desconocidas», de Raúl Brandao.

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