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lunes, 17 de febrero de 2020

SIN AGRICULTURA NO SE PUEDE VIVIR.

EL PENSADOR
 
GOBIERNOS HIPÓCRITAS.
Hoy como hace cuarenta años el campo está en lucha. Hoy como ayer las reivindicaciones de los hombres y mujeres de nuestro medio rural siguen siendo las mismas: unos precios justos para lo que producen que les permita no hacerse ricos, pero sí al menos vivir con dignidad. Uno que ha vivido toda su vida pegado al terruño que nos vio nacer, que ha participado en mil batallas reivindicativas junto con los compañeros y compañeras de toda Asturias, hoy siento pena y dolor al comprobar que han pasado tantos años y que todo sigue igual de mal, igual de negro para aquellos que en los albores de la democracia escuchábamos con esperanzas en el futuro a un tal Honorio Díaz, un socialista de raza nacido en Pola de Siero, que arengaba como él solo sabía hacerlo a los campesinos de la época para que despertasen del largo letargo, de su conformismo, y se manifestarán reivindicando unos precios justos, especialmente para la leche y la carne.
Si el fundador de UCA, el primer sindicato que tuvo el campo asturiano, hubiese visto que ayer en el paseo de los Álamos apenas unas 300 personas se tiraron a la calle para lanzar un último S.O.S., una última llamada de auxilio, antes de echar definitivamente el cierre a sus explotaciones, el bueno de Honorio se nos habría vuelto a morir de pena.
Creo que los políticos, de todas las banderas, nunca le han prestado a nuestro sector primario la atención que este se merece. Siempre lo han visto como algo insignificante y secundario en el contexto de nuestra riqueza productiva regional. Los hombres y mujeres del medio rural nos han aportado a lo largo de la historia lo más importante para el ser humano: los alimentos necesarios para vivir. Sin embargo, esto nunca ha sido tenido en cuenta ni valorado suficientemente por aquellos políticos, que desde un despacho enmoquetado y aislados de la realidad en la que viven nuestros agricultores y ganaderos, se dedican a la firma de convenios de importación y exportación, principalmente con nuestros socios comunitarios, pero también con otros países extracomunitarios, sin importarles demasiado que esas cifras macroeconómicas con las que juegan cada día puedan poner en riesgo la supervivencia de miles de familias que viven del campo y la ganadería.
Por ejemplo, según se puede ver en un informe del Ministerio de Agricultura, en 2018 España exportó a Europa un 67,5 de las ventas de carne por un importe de 4.168 millones de euros comercializados. El informe asegura que lo "más importante es que, gracias a los acuerdos de libre comercio firmados por España con terceros países, las ventas fuera del continente son cada vez más fuertes". Sin embargo, en el sector lácteo, donde Asturias tiene que defender contra viento y marea la supervivencia de sus últimas explotaciones, nuestro país no cubre las necesidades lácteas teniendo que importar más de 2,2 millones de toneladas, con una producción de unos 7 millones y un consumo de unos 9,2 millones, frente a Francia que es un país netamente exportador y que casi cuadruplica a España en producción, es decir, produce cerca de 24 millones de toneladas.
Por lo que respecta a frutas y hortalizas frescas, de enero a octubre de 2019, España importó de países no comunitarios 1,3 millones de toneladas por un importe de 1.560 millones de euros. Marruecos es el primer proveedor extracomunitario del mercado español, con 363.399 toneladas importadas.
Volviendo a las imágenes de protestas de nuestros agricultores y ganaderos por las ciudades de media España, son el fiel reflejo de un descontento generalizado, basado fundamentalmente en los ruinosos precios que se les paga por sus productos en origen, mientras al consumidor esos mismos productos le llegan a costar hasta un 500% más caro. Veamos algunos ejemplos: patata, 0,15 céntimos el kilo al agricultor, al consumidor, 1,20 euros el kilo; aceituna verde, 0,75 céntimos el kilo al agricultor, al consumidor, 4,81 euros el kilo; cebolla, 0,20 céntimos al productor, 1,45 euros al consumidor; naranja, 0,23 céntimos al agricultor, al consumidor, 1,55 euros. Evidentemente, quien menos gana es quien produce, ¿Dónde se quedan entonces esas grandes diferencias entre lo que les pagan a quienes venden y lo que paga el consumidor final?; lógicamente en las grandes cadenas de distribución, que obtienen unos márgenes comerciales que hasta la fecha nadie parece haber controlado. Por primera vez en la historia, el Gobierno socialista de Pedro Sánchez parece estar dispuesto a meter mano en este asunto, "para que los hombres y mujeres del campo obtengan unos precios justos y rentables por lo que producen que les permitan vivir con dignidad", declaraba hace unas horas Sánchez a los medios de comunicación.

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