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jueves, 17 de noviembre de 2016

OTRA EUROPA ES POSIBLE.

Europa contra las cuerdas.



No es descartable que la Unión termine operando como plataforma de Alemania.

El 8 de noviembre, mientras se gestaba la victoria de Donald Trump, en simbólico contrapunto tenía lugar en Bruselas una conferencia conmemorativa del 80º aniversario del nacimiento de Václav Havel, quien encarnó la política con acuerdo a valores, vivir la verdad. En la mejor tradición haveliana, sin ignorar los cuestionamientos existenciales —quiénes somos, quiénes queremos ser— que sobre nosotros pesan, debemos abordar el papel de Europa en la actual coyuntura internacional.
El orden institucional liberal nacido tras la II Guerra Mundial ha entretelado, para el mundo, un periodo de paz y prosperidad sin precedentes. Y resulta difícil negar que Estados Unidos haya pilotado esta empresa de éxito. Pero Europa no solo ha sido inspiración y actor destacado: en ningún otro lugar como en su suelo han arraigado tan hondo sus ideales y principios.
Así, procede recordar los hitos, siquiera los más recientes, del compromiso europeo: la Unión Europea ha sido actor preponderante del Acuerdo sobre el Clima alcanzado en París en junio pasado, tras haber mantenido en soledad internacional durante años la bandera del cambio climático; desempeñó un papel fundamental de inspiración, aliento y acompañamiento en la negociación y el acuerdo nuclear con Irán; y a muchos sorprendió la respuesta unitaria de los Estados miembro a la anexión ilegal de Crimea por Rusia. Pero la UE ha dejado también al descubierto sus carencias para liderar. Los ejemplos también abundan: la precedente conferencia del clima de Copenhague de 2009; la intervención en Libia; o la debacle actual de la crisis migratoria. Europa sobresale cuando juega en equipo transatlántico, asumiendo el liderazgo americano. El problema es que en los próximos años partido y alineación están menos que claros.
Y la Europa de la construcción común, la UE hoy, ha probado —en el pasado— su valor como polo de atracción en el orden mundial, imán de naciones e individuos, la más eficaz maquinaria de difusión de paz, prosperidad y esperanza. Lleva razón Federica Mogherini cuando asevera, a la luz de la victoria de Trump, que la UE debe erigirse en “poder indispensable”. Este llamamiento rezuma convicción, pero realidad y retórica operan en planos muy distantes. Cierto es que emerge un vacío de liderazgo en el orden mundial liberal y con ello la oportunidad —y la necesidad— de que un nuevo actor lo ocupe. Podría, debería ser el momento de Europa. Pero, en este periodo, la UE carece de la firmeza y la visión que la crítica situación requiere.
Con Havel hay que distinguir entre optimismo y esperanza: los europeos contamos con los recursos para brillar desde los valores y principios que nos fundan

Huérfana de equipo trasatlántico al que contribuir, ¿en qué devendrá la UE? Peligra y no es descartable que termine operando como plataforma de su inherente poder hegemónico: Alemania. Menudean los elementos que apuntan a ese escenario: así, afirmar que en Bruselas, hoy, no se avanza sin el visto bueno de Berlín no pasa de perogrullada, cuando las instituciones se contorsionan para acomodar la decisión unilateral de bienvenida a los refugiados de la canciller Merkel y el posterior acuerdo migratorio con Turquía. Presentes las muestras de solidaridad de una supremacía benigna, no dejaría de ser irónico que el dominio de un Estado se alzara en cierre de nuestro proyecto común, mientras el difícil encaje del poder duro en la cultura alemana de hoy lastra cualquier proyección internacional.
Por incómodo que resulte, en el inquietante mundo hobbesiano que se dibuja ante nosotros, la aproximación blanda al poder tiene su lugar, pero siempre que esté respaldada por un entendimiento clásico del mismo. Y en ello reside uno de los focos de valor añadido de la Unión y sus miembros. Solo si fuéramos capaces de abordar en la práctica, con traducción presupuestaria, la tantas veces esbozada defensa europea, resultaría viable una plataforma de representación global de los intereses europeos.
No es este un escenario optimista. Pero con Havel hay que distinguir entre optimismo y esperanza: los europeos contamos con los recursos para pesar en la escena internacional, para brillar desde los valores y principios que nos fundan. Aunque no mostremos capacidad ni inclinación para pasar de la potencia a la acción. Y solo si empezamos por reconocer que la Unión está contra las cuerdas, podremos enfrentarnos al desafío de contribuir en primera línea a conformar un futuro mejor para nuestros conciudadanos y para el mundo, basado en instituciones y derecho. Este, creo, sería hoy el mensaje de Havel.

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