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miércoles, 11 de mayo de 2016

PACTO DE SUPERVIVENCIA

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el de IU, Alberto Garzón, tras la firma del acuerdo para las elecciones generales

Pacto de supervivencia


La peor campaña electoral sería una dominada por la crispación y la lucha de bloques ideológicos

La alianza anunciada por Podemos e Izquierda Unida deja sin alternativa a todo un sector del electorado que hasta ahora disponía de la doble opción. Al unificarse las candidaturas en un magma común, los seguidores de cada uno de estos partidos tendrán que respaldar al conjunto, irse a la abstención o dirigirse hacia otras formaciones. Cualquiera que sea el resultado, no hay duda de la novedad que la coalición aporta respecto a la estructura de la competición partidista diseñada por las elecciones del 20 de diciembre.
La realidad es que esta alianza es un pacto de supervivencia. Responde a la necesidad de taponar los boquetes que Podemos ha observado en el nivel de intención de voto y en la credibilidad de su líder, Pablo Iglesias. Acudir a las urnas del 26 de junio con la misma configuración que el 20 de diciembre implicaba un riesgo de retroceso frente a expectativas de IU, sin duda más modestas, pero en alza. Se explica que esta última esté cansada de obtener tan poco rendimiento parlamentario por sus votos (solo dos diputados el 20-D para casi un millón de sufragios) y, aceptando la lógica de la ley electoral, prefiera asegurarse una mayor cuota de escaños. Más complejo es el paso de Podemos, que le obliga a gestionar no solo las difíciles relaciones entre sus sectores y las confluencias de base territorial, sino incorporar a IU. Son muchas corrientes, muchas sensibilidades y muchos egos.
La coalición genera un efecto más ideológico del que presentaba la campaña transversal por la que apostaba Podemos. Faltan todos los detalles del proyecto político que está detrás de los cálculos de los dirigentes, más allá del sorpasso pretendido al PSOE. Trabajar con la idea de que el electorado se encuentra disponible para aceptar cualquier experimento implica borrar de un plumazo todas las diferencias que les oponían, quizá con la idea de que la imagen de unidad transmitida por Pablo Iglesias y Alberto Garzón vale más que mil críticas y reticencias previas.
Pero lo importante es que ligar toda esta mayonesa facilita la campaña del Partido Popular. Nada mejor para sus intereses que la polarización, enfrentando su propuesta de estabilidad (léase inmovilismo) contra una alternativa de “extremistas y radicales”, que puede llevar a España a “la incertidumbre, la inestabilidad y la inseguridad”, según los términos utilizados por Mariano Rajoy en sus intervenciones. El declarado propósito de Iglesias de atacar frontalmente al PP confirma la perspectiva de una dura campaña.
La polarización nunca es buena para los sectores moderados. El ruido excesivo y el catastrofismo casan mal con una sociedad que busca soluciones a problemas concretos y no griteríos fundamentalistas. Por eso el PSOE no debe bajar los brazos ante las acometidas que va a recibir por los flancos, ni distraerse en estériles luchas intestinas cuando está a punto de quedar pinzado. Hay que respetar la libertad de los electores de todos los partidos, por supuesto; pero es muy deseable cortocircuitar las tentaciones de meter a España en la crispación de una lucha entre bloques ideológicos enrocados e irreconciliables. Ahí no queremos volver.
VIVIMOS EN CAMBIO DE SOCIEDAD Y DE POLITCA, PERO MÁS DIFICIL PARA LOS CIUDADANOS.

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