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lunes, 28 de marzo de 2016

LA NUEVA NORMALIDAD QUE NO CONVENCE


FRANCE-RELIGION-EASTER-TERRORISM-SECURITY Policías franceses registran a varias personas a la entrada de la catedral de Notre Dame en París

La nueva normalidad

Cualquier día de estos habrá otro atentado en Europa y, por más que se ofrezcan explicaciones del 'fenómeno ISIS', aún quedan más claves que nadie llega a entender.

Algo que llama la atención a aquellos que llegan a España de otros países hispanoparlantes es la frecuencia con la que los sorprendentemente malhumorados nativos recurren a la exclamación: “¡No es normal!”.
Una frase hecha en inglés, también habitual pero de relativamente nueva patente, utiliza el mismo sustantivo. La frase es “the new normal”, la nueva normalidad. La he leído tres veces en la última semana. Una fue en una carta de un amigo cuya esposa acababa de sufrir un salvaje derrame cerebral. Los médicos no sabían ni por qué había ocurrido ni hasta qué punto podría llegar a recobrar el uso del habla o de la razón; mi amigo temía que de ahora en adelante el silencio sería “the new normal”.
La segunda vez fue en el New York Times después del atentado en el que murieron más de 30 personas la semana pasada en Bruselas. El continente europeo, proponía el artículo, empezaba a vivir estos espantosos episodios de violencia como “the new normal”. La tercera vez que vi la frase, también refiriéndose a lo de Bruselas, fue en The Economist. El titular de su última portada: Europe’s new normal.
No es normal lo que está pasando —en noviembre en París, ahora en Bruselas, ¿mañana en Londres?, ¿en Madrid?, ¿quién sabe?— pero nos vamos a tener que ir acostumbrando a que lo sea. Y acostumbrarnos también a cómo nos lo cuentan los medios, que reaccionan ya a estas catástrofes casi como en piloto automático. La confusa noticia inicial; los números de víctimas que suministra la policía; el ISIS celebrando otra victoria; las declaraciones desafiantes de los políticos occidentales; las entrevistas con los supervivientes; el descubrimiento de que los terroristas suicidas habían sido unos criminales o borrachos, o drogadictos antes de convertirse a la fe; el reconocimiento por parte de las autoridades de que habían fracasado los servicios de seguridad; y, finalmente, los ríos de análisis sobre el porqué de tanta crueldad y cómo evitar que vuelva a ocurrir.
Los análisis suelen partir de diferentes interpretaciones de quién tiene la culpa, seleccionada según las ideas fijas de cada cual. Aquí va una lista de cinco de las causas más frecuentemente citadas:
—Occidente en general, y Estados Unidos en particular, por las invasiones a Afganistán e Irak después de los atentados en Nueva York en 2001.
“Estamos no solo horrorizados, sino perplejos”, dice un exoficial de la OTAN
—El presidente Obama por no haber entrado con más fuerza en la guerra siria.
—Arabia Saudí por haber diseminado sistemáticamente por el mundo su versión wahabí (radical, agresiva, intolerante) del islam.
—Los gobiernos europeos por no haber llevado a cabo una política de integración con los musulmanes asentados en sus grandes ciudades.
—Los inmigrantes musulmanes por no haber hecho un mayor esfuerzo para asimilar la cultura y los valores europeos.
Hay más, claro. Por ejemplo, una comediante musulmana inglesa escribió hace poco en el Financial Times, perfectamente en serio, que los jóvenes y las jóvenes se incorporaban a las filas del ISIS porque ahí podían disfrutar del sexo con la bendición de Alá.
Pero la verdad es que no hay una única verdad. Todos los diagnósticos que acabo de mencionar tienen un elemento de validez; cada uno de ellos ofrece material para dar con una hipotética solución. Las dificultades son dos: que la enfermedad está demasiado avanzada como para que se pueda curar hasta que pasen muchos años; y que por más que se ofrezcan cinco, seis o siete explicaciones del fenómeno ISIS aún quedan más que nadie llega a entender.
Una extensa crítica de dos libros sobre el ISIS publicada en el New York Review of Books en agosto del año pasado, cuyo autor era un exoficial de la OTAN experto en Oriente Próximo, se tituló El misterio del ISIS. Concluyó diciendo: “No está claro que nuestra cultura sea capaz de acumular el suficiente conocimiento, rigor, imaginación o humildad para comprender el fenómeno del ISIS. Por ahora deberíamos reconocer que estamos no solo horrorizados, sino perplejos”.
Las motivaciones de los jóvenes que se suicidan con el fin de asesinar a desconocidos eluden la ciencia política o social del mismo modo que la causa y la prognosis del derrame cerebral que sufrió la esposa de mi amigo superan los conocimientos de la ciencia médica. ¿Cómo fue que dos hermanos belgas, criados en una familia conservadora musulmana, acabaron convirtiéndose primero en delincuentes que atracaban bancos y coches y, segundo, en fanáticos religiosos (si esa es la correcta definición) dispuestos a morir y matar indiscriminadamente en el aeropuerto o el metro de Bruselas? ¿Qué procesos mentales condujeron el viernes pasado a un musulmán de 32 años a apuñalar a muerte en Glasgow a otro musulmán de 40 que había escrito un mensaje en Facebook deseando una feliz Semana Santa a sus amigos cristianos?
Por ahora solo nos podemos encomendar a la limitada eficacia de los servicios de seguridad
Si la mayoría de los devotos del Profeta que crecen en Europa actuaran con la misma frialdad asesina, con la misma aparente certeza de que matar por la fe es un billete al paraíso, sería más plausible el intento de dar con una explicación definitiva, pero como se trata de una grotesca e inescrutable minoría no hay manera de saber.
Como el cáncer o los derrames cerebrales, los terroristas del ISIS son —igual que sus primos de Boko Haram en Nigeria o la somalí Al Shabab— una plaga enigmática de la naturaleza que impacta en unos sí y otros no. La variante es la suerte. Puede que me toque a mí mañana en un aeropuerto o, un temor latente que intento calmar, a mi hijo que viaja todos los días en el metro al colegio. Cuando te toca, te toca.
No es normal lo que está pasando, pero nos vamos a tener que acostumbrar a que lo sea
Por ahora solo nos podemos encomendar a la limitada eficacia de los servicios de seguridad, los abrumados médicos de los que disponemos para defendernos de esta plaga. Hoy, mañana, cualquier día de estos habrá otro atentado, como los hay todo el tiempo en Siria, en Afganistán o en Pakistán, donde el viernes un joven suicida mató a 29 personas que salían de ver un partido de fútbol. No era normal en Europa pero ahora sí que lo es.
VIVIMOS EN UNA SOCIEAD DIVIDIDA E INSOLIDARIA.

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