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domingo, 28 de diciembre de 2014

UN AMADRE DEVORADA POR LA MALA VIDA

La madre de los niños abandonados en Oviedo en los juzgados donde prestó declaración esta semana

El descenso secreto a los infiernos de una madre

La mujer que abandonó a tres hijos en Oviedo fingía vivir en el extranjero.

Licenciada en Magisterio y en Filología Inglesa, y nacida en el seno de una familia acomodada y propietaria de varios pisos en Oviedo, la mujer que este viernes ingresó en prisión por haber abandonado una semana antes a tres hijas de corta edad en una vivienda de la ciudad, encarna un dramático caso de descenso a los infiernos de una persona de clase media y notable cualificación académica.
Cuando tras ser detenida, un policía le preguntó por qué había acabado en la marginalidad, la mujer, M. J. F. G., de 42 años, se encogió de hombros y musitó: “La vida es así”. Parece que una suma de errores, compañías, infortunios y fracasos la condujeron a una degradación progresiva, en una espiral que terminó por no poder controlar.
Ocultó su situación a su familia (su madre, con la que hablaba todos los días por teléfono, la creía viviendo en el extranjero desde hace años), se fue cargando de embarazos (5 con distintas parejas) y recurrió a lo que pudo para sobrevivir. En noviembre el fallecimiento de su último compañero estable extremó su situación.
La detenida llamaba a su madre cada día fingiendo estar en el extranjero
Para alimentar a sus hijos prestaba servicios sexuales ocasionales, según testimonios vecinales. En Pumarín, un barrio de gente trabajadora, también se le atribuyó relación con las drogas y el alcohol, pero en la comisaría no se le apreciaron síntomas de drogodependencia y, aunque aparentaba estar muy preocupada, nerviosa e incluso angustiada, tenía buen aspecto.
Es probable que la mujer nunca tuviese intención de dejar abandonados a sus hijos. Varios vecinos aseguraron haberla visto volver a casa esa noche y huir tras percatarse de la presencia de la policía.
La abuela desconocía la existencia de cuatro de sus cinco nietos
La mujer había sido vista por última vez esa tarde cuando se produjo un incendio en la cocina de la casa que compartía con sus tres hijas y varios vecinos la ayudaron a sofocar las llamas.

Desde hacía años había ocultado su situación a su madre y había inventado una realidad falsa, por lo que tampoco vio factible pedir ayuda a su familia. La madre, viuda, y que vive en una posición acomodada en Oviedo, desconocía que su hija residía en la ciudad. Se había quedado al cuidado del que creía que era su único nieto, un niño de siete años con el que reside en el barrio de La Corredoria. El pequeño está escolarizado y bien atendido. M. J. F. G. tiene otro hijo de cinco años, que vive con la familia de su padre en el extranjero.

Los otros tres hijos son los que la mujer dejó solos en un piso del barrio de Pumarín. Son tres niñas de tres años, año y medio y 27 días de vida. Se cree que son hijas de distintos padres. Las menores están registradas con los dos apellidos maternos con el orden invertido.
La vivienda del barrio de Pumarín es propiedad de la abuela materna de las pequeñas, quien, en la creencia de que su hija vivía en otro país, le había dado una llave para cuando visitara Oviedo. La propietaria apenas pasaba por la casa. Y la hija sólo la usaba, según residentes en la zona, para encuentros ocasionales y citas con las que obtenía recursos.
Hasta noviembre, la mujer vivía con las niñas y su último compañero en Latores, un núcleo rural cerca de Oviedo. Pero tras la muerte de su pareja por cáncer se trasladó con las pequeñas, incluida ahora una recién nacida, al piso de Pumarín.
La mujer no tiene antecedentes por abandono de sus hijos aunque a veces los dejaba solos durante unas horas para hacer compras o para lo que algunos vecinos consideraban como posibles prácticas ocasionales de prostitución a domicilio. No explicó por qué huyó en la madrugada del viernes 20 cuando al regresar al hogar vio a policías y ambulancias frente a su edificio. Sólo ante la juez, en una declaración vaga y bastante imprecisa, aseguró que se “puso nerviosa”.
Quizá temió que la estuviesen buscando por algunas de sus supuestas actividades, quizá creyó que podía haber ocurrido una desgracia en el hogar de mayores proporciones que el incendio de esa tarde y que le imputaran el abandono y desamparo de los menores o quizá entendió que toda la ficción que había tejido en torno a su vida para ocultarle la realidad a su madre se había desvanecido con la presencia policial y ya no quiso afrontar la situación o no se sintió con fuerzas para hacerlo.
Durante los seis días que estuvo oculta, la mujer permaneció en Oviedo y tuvo conocimiento de la repercusión del caso y de que el Gobierno de Asturias había asumido la tutela de sus hijas. Es posible que se propusiera emprender una nueva vida. Pero acababa de dar un paso más hacia la marginalidad. Ahora se la buscaba por un delito de abandono de menores.
La policía había acudido a su domicilio alertada por los vecinos. Desde las nueve de la noche oían el llanto de un bebé y nadie contestaba a las llamadas. Los agentes hallaron sobre una cama a la bebé, de 27 días de vida, llorando y aterida de frío. Uno de los policías utilizó la chaqueta de su uniforme para envolverla y darle calor. Bastó con abrigarla para que se quedara dormida. En el salón, se encontraron con otra escena patética: una niña de año y medio, con una lata de cerveza vacía en la mano y golpeando su cabeza contra una pared, y otra, de tres años, sentada en un sofá, sumida en el silencio y con la mirada perdida y absorta.
Aunque se temió que la madre de las niñas hubiese fallecido o estuviera retenida, la investigación determinó que se movía por Oviedo cambiando de zona dos veces al día para dificultar su localización, había reemplazado la tarjeta de su teléfono móvil y no dormía más de una noche en el mismo sitio. Para pernoctar recurrió a pisos que alquilan habitaciones por horas para ejercer la prostitución y traficar con drogas. El rastro telefónico permitió situarla en Nochebuena en el casco histórico de Oviedo. Por la mañana se hizo un rastreo pero la mujer, que ocultaba el rostro con un gorro y una bufanda, detectó la presencia policial y se zafó. Agentes no uniformados la detuvieron en un parque cercano.
Desde entonces, M. J. F. G. se pertrechó en el silencio y en las evasivas. Antes de comparecer ante la juez, se la vio preocupada, inquieta, con los brazos cruzados, a ratos cabizbaja y mordiéndose los labios. De media melena, muy morena y vestida de negro, mantuvo el semblante grave y la mirada pesarosa. El viernes ingresó en prisión. Afronta posibles penas de dos a cuatro años de cárcel.
COMENTARIO:
No digo que nada de lo que expone la noticia sea mentira. Pero me sorprende que indaguen e investiguen tanto para encontrar justificaciones y explicaciones al comportamiento de esta madre. Más que nada porque en otros casos de maltrato a menores no lo hacen y mucho menos tratan al maltratador como víctima Claro que todos sabemos en donde está la diferencia de trato.

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