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sábado, 26 de abril de 2014

ASÍ ES LA VIDA DE ORTEGA CANO EN LA CÁRCEL

Módulo de respeto y 80 euros a la semana para Ortega Cano
 
ENTRADA EN LA CÁRCEL EL MIÉRCOLES
«Va a tener un montón de actividades en las que dedicar su centro en prisión. Si no quiere (Ortega Cano), aburrirse no se va a aburrir». Quien lo asegura a ABC es un buen conocedor de la prisión de Zuera (Zaragoza), a la que llegó el diestro para cumplir la condena que le fue impuesta por el accidente de tráfico que le costó la vida a Carlos Parra. Y pese a lo que dicen, afirma: «Está tranquilo». Hoy por hoy, se ha convertido en el recluso más famoso que habita esta prisión enclavada a las afueras de Zuera, junto a la autovía que conecta Zaragoza con Huesca. Ningún otro le hace sombra en ese aspecto: es el nombre más popular de un penal en el que hay actualmente 1.600 internos, pero en el que llegó a haber casi 2.000 hace pocos años, en la etapa de máxima masificación de un centro penitenciario que fue inaugurado en 2001 y que está construido para, en teoría, albergar a no más de 1.100 reclusos.
Es una de las mayores cárceles de España, la misma a la que hace un año se decidió trasladar al preso más vigilado del país, Zakhar Kalashov, considerado el máximo responsable de la mafia ruso-georgiana. Una de esas multinacionales del crimen organizado más contundente. La misma prisión en la que cumplen condena una docena de etarras. La misma que habitó el forestal Santiago Mainar —protagonista del crimen de Fago— antes de que se le recomendara —y aceptara— ser trasladado a la prisión de El Dueso (Cantabria), al borde del mar y rodeada de verde.
Pero en la prisión de Zuera, por así decirlo, hay muchas prisiones en una. Diversos módulos con realidades distintas. Ortega Cano será inquilino de la menos cruda. Su abogado, el zaragozano Enrique Trebolle, le informó detalladamente de lo que iba a encontrarse cuando cruzara el umbral del centro penitenciario. Estará cerca de su abogado y a tiro de piedra de los médicos zaragozanos que le han atendido de sus patologías, las mismas que pueden hacer más benévola —en tiempo y forma— su estancia penitenciaria.

El primer día a la sombra

Llegó el miércoles a última hora de la tarde y pasó por el protocolo habitual: se le tomaron los datos, huellas dactilares, fotografías... Hecha la ficha, revisión médica. Y cumplidos los trámites, primera noche en alojamiento provisional, en el módulo de ingresos y —como es habitual— acompañado de un recluso previamente elegido. Una suerte de «descompresión», de acomodo a la nueva atmósfera controlada.
El jueves por la mañana, de nuevo el protocolo carcelario, como a cualquier otro recién llegado: reunión con el educador, charla con la trabajadora social y con el psicólogo. Todo esto sirve para definir el perfil del nuevo interno y que el director de la cárcel decida a qué módulo se le asigna. A Ortega Cano se le ha colocado en uno de los «módulos de respeto», en una celda compartida.
El viernes fue el primer día en el que el diestro amaneció en su nueva habitación. A las ocho de la mañana, el primer recuento de internos y apertura de celdas. Tras limpiar y ordenar la estancia —tarea que suelen hacen los propios internos—, desayuno. A partir de las nueve de la mañana, actividades. Pasear por el patio, usar el gimnasio, seguir cursos diversos —los hay hasta de cómo crear y gestionar una empresa; talleres ocupacionales; acudir a charlas, a proyecciones de cine o a otras actividades culturales que de vez en cuando se organizan para los internos; escribir a ordenador...

La rutina carcelaria

A la una y media de la tarde toca la comida. Y una hora después, de nuevo recuento de internos, un rato en la celda con tiempo para la siesta —si así se quiere—, y a las cinco de la tarde, de nuevo actividades. A las siete y media, la cena. Y, tras ella, de nuevo a las celdas.
El diestro también podrá dedicar tiempo a comprar dentro de la prisión. En los economatos hay productos con los que darle algún gusto extra al paladar. Agua, café, conservas diversas, embutido, patatas fritas... Tendrá entre lo que elegir para gastar los 80 euros de tope semanal que cada recluso tiene establecido de forma general para consumir en el economato. Si desea algo más «sofisticado» —y por tal se entiende, por ejemplo, desde un champú de marca concreta a un televisor, pasando por ropa— se lo pedirá al «demandero». Si se ajusta a las normas, se lo facilitará. Y Ortega pagará con el dinero que tenga en su «peculio carcelario», una cuenta en la que desde fuera le pueden ingresar dinero para «tirar de tarjeta», la que se le asigna en cada preso para uso interno.
En los módulos de respeto acostumbra a haber internos que cumplen condena por delitos de tráfico. Junto con los penados por violencia de género y delitos económicos, son perfiles tipo en esa categoría de módulos penitenciarios. El diestro tendrá tiempo para hablar. También consigo mismo.

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