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domingo, 23 de febrero de 2014

VIVíAN COMO REYES LOS ETARRAS EN MÉXICO

Sol y tequila etarra bañados en sangre
 
 
 Juan Jesús Narváez baja de su coche en la zona de clase media de Puerto Vallarta en la que residía la pareja
Alberdi y Narváez crearon un mundo opaco para blanquear su pasado: la Policía ha puesto fin a su impunidad .
Huyeron hace 22 años a México en busca de impunidad; se introdujeron en las prácticas esotéricas, bordearon la cienciología y propagaron la vía pacifista de Mahatma Gandhi para blanquear su pasado teñido en sangre; hurtaron a sus dos hijos el aprendizaje del euskera y se refugiaron en una ciudad turística de 300.000 habitantes, donde hablaban con acento mexicano hasta la exageración.
Pero de nada sirvió a estos impostores tanta argucia. El pasado 16 de febrero, agentes de la Comisaría General de Información traían a España a los terroristas de ETA Itziar Alberdi y Juan Jesús Narváez, junto a sus dos hijos, en el marco de la «operación Astuna», tras una compleja y laboriosa investigación solo posible por la «inmejorable colaboración» de las autoridades aztecas.
Alberdi y Narváez eran los dos pistoleros más crueles que tenía José Luis Urrusolo Sistiaga, «Langile», en el «comando Ekaitz», autores materiales, entre otros crímenes, del asesinato del consejero de Estado Manuel Broseta. En marzo de 1992 huyeron a Francia y con documentación falsa de ETA se replegaron a Puerto Vallarta, ciudad costera del Pacífico, donde se cree que han estado hasta la fecha. Allí concibieron dos hijos, Iker, de 19 años; y Anuk, de 17.
Este nombre ha sido el único nexo que la pareja de impostores ha mantenido durante dos décadas con su pasado terrorista. «Anuk» era el alias de un etarra detenido por la Policía, con una elevada ingesta de drogas y fármacos. Murió tras lanzarse por la ventana de la Comisaría de Bilbao para huir. A partir de ahí se convirtió en emblema de la campaña de denuncias de falsas torturas que exhibe la «izquierda abertzale».
Es la única concesión al pasado de estos dos sanguinarios que nunca han dejado de pertenecer a ETA ni han dado muestras de arrepentimiento. En México, Itziar Alberdi y Juan Jesús Narváez se instalaron en un mundo opaco para blanquear su pasado, en busca de impunidad eterna. Él tomó el nombre de Juan Manuel Ruiz García; ella se «rebautizó» como Eva Barreña.

Documentación falsa

En los primeros años tuvieron a sus dos hijos, a los que inscribieron con documentación ficticia, porque la de los padres era falsa. Pese a que ambos sabían euskera, evitaron que lo aprendieran Iker y Anuk, a quienes ocultaron el curriculum de sangre y fuego. Tan solo les dijeron que eran «refugiados vascos», pero que el secreto no lo desvelaran en el entorno. Narváez hizo cursos de quiropráctica y abrió consulta en un local alquilado.
Ella, que tenía estudios de Bellas Artes, compaginaba su vocación de escultura -expuso en la galería Dante, de Puerto Vallarta- con la de profesora de yoga y experta en prácticas esotéricas y del karma, en el centro Inkarri Vallarta. Itziar, la que apretó el gatillo para asesinar por la espalda a Manuel Broseta, daba conferencias e intervenía en una radio local para hablar de «paz interior». «Paradójicamente -decía en una de sus actuaciones, que fue grabada- los que más hacen la guerra son los que más hablan de paz». Él también se sentía atraído por lo espiritual y la búsqueda de «la paz interior».
Lo que está clara era su obsesión por aislarse en una burbuja de impunidad. No han tenido relación con otros etarras huidos en México. Ni tan siquiera con la influyente y poderosa colonia vasca que se instaló allí con la masiva llegada de exiliados nacionalistas tras la Guerra Civil. Hablaban con marcado acento mexicano, que no extrañaría después de tantos años, si no fuera porque llegaban hasta la exageración. Utilizaban todos los giros y expresiones más cerradas. A los ojos de los vecinos del barrio, de los compañeros y clientes, aparecían como un matrimonio ideal. También como unos padres ejemplares.
Fueron detenidos cuando los cuatro, «Juan Manuel», «Eva», Iker y Anuk se disponían a disfrutar en el campo de un apacible picnic dominguero, acusados los padres de estancia irregular.
Todo ello ha hecho más meritoria la investigación que 22 años después ha puesto a ambos etarras a disposición de la Justicia española. «No vamos a escatimar esfuerzos para esclarecer todos los atentados y detener a todos los miembros de ETA, se encuentren donde se encuentren».
Este es el mensaje, corroborado con los hechos, que se transmite desde la Comisaría General de Información, donde se destaca «la imprescindible colaboración de las autoridades mexicanas, sin las cuales no hubiera sido posible desenmascarar y detener a estos asesinos».
 

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