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miércoles, 15 de mayo de 2013

GUERRA ABIERTA ENTRE AUTONOMÍAS ANTE EL REPARTO DE LA ESCASA TARTA

La grandeza de los barones.
 La insolidaridad partidista empieza y acaba en las batallas internas. En política siempre se dijo que el adversario aguarda fuera pero el enemigo se encuentra en casa. El enemigo es el conmilitón agraviado que urde el desenlace de su ambición esperando para asestar la puñalada trapera.

Los barones del Partido Popular, como anteriormente lo estuvieron los del PSOE con Zapatero, andan mosqueados con el Gobierno porque temen que la impopularidad creciente los arrastre a ellos mismos. No pensaban que la hecatombe podía sobrevenir tan rápido, que el suflé se iba desinflar de la manera en que se desinfló pasado apenas poco más de un año. Son tiempos difíciles; el líder que gana la batalla frente al adversario puede perderla inmediatamente contra sí mismo por culpa de unas imprevisiones o de unos incumplimientos. Dadas las circunstancias y el momento, no hace falta que les recuerde a qué incumplimientos me refiero.

Los dos principales partidos se enfrentan, además, a una sociedad que empieza a tener ciertas reservas hacia el bipartidismo. No porque fuera de él brille el sol, sino por la reiteración en el error de populares y socialistas. Los primeros, desgastados por el poder; los segundos, por la oposición. Andreotti, el cínico autor de una frase que consagra la expectativa democrática de perpetuarse en los gobiernos, no sabría en este caso a qué carta quedarse.

En medio del recelo mutuo, de la sociedad hacia el bipartidismo y de los propios populares entre sí, Rajoy ha reclamado «grandeza» a los barones del PP para el reparto del famoso déficit asimétrico. Hay que tener en cuenta, para empezar a hablar, que en tiempos de Maragall fue precisamente el propio presidente el que más objeciones puso a un reparto territorial de la riqueza diferenciado. Ahora, en la pobreza, es como si hubiera dado marcha atrás en sus planteamientos iniciales, cosa que, por otra parte, ni se nota, dadas las veces en que Mariano, obligada o voluntariamente, ha cambiado el paso, diciendo digo donde dijo Diego. O diciendo Diego donde dijo digo. La «grandeza» de los barones está por ver.

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