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miércoles, 17 de abril de 2013

LA POBREZA EN ESPAÑA SE ACRECENTA DE FORMA ALARMANTE



Pobreza y democracia, dos razones para un pacto.
Dos niños, de seis y ocho años, se abalanzan sobe la barra de pan cuando la ven sobresalir de la bolsa de comida que la concejal de servicios de un pequeño ayuntamiento reparte por hogares en aprietos (el padre era propietario de una tienda de muebles, pero ahora llevan semanas con un alimentación basada en pasta cocida). El alcalde de otro municipio, de tamaño medio, se lamenta de que ya no tiene dinero para pagar los ataúdes de los fallecidos cuyas familias no pueden costear los gastos del entierro y vaticina que, si no se inyecta dinero en las arcas municipales, “volveremos a enterrar a los muertos envueltos en sábanas”.
Son dos casos reales. Podrá decirse que son aislados, pero son síntomas de que la pobreza asociada a la crisis económica y a la pérdida de empleos empieza a representar un problema en la España del siglo XXI, el mismo país que no hace mucho tiempo consiguió un asiento en el selecto club del G-20 y flirteaba con la utopía del pleno empleo.
La pobreza y la crisis institucional son dos argumentos más que sobrados para justificar que los dos grandes partidos establezcan zonas de entendimiento. Pero ni por esas se sientan PP y PSOE a buscar acuerdos. El PSOE se queja del desdén con que el Gobierno ha despachado la propuesta lanzada por Alfredo Pérez Rubalcaba de crear un fondo especial de mil millones para combatir las situaciones de pobreza extrema, alegando que ya hay asociaciones cívicas que se ocupan de atender esas necesidades y que de las arcas del Estado no hay mucho que sacar. Pero tampoco se ponen de acuerdo para lo que no cuesta dinero, como crear una ponencia parlamentaria que empiece a estudiar con el necesario sosiego la reforma que la Constitución de 1978 precisa para seguir cumpliendo años.
Crujen los cimientos
Los escraches son la prueba de que cuando las instituciones no dan respuesta a los problemas, los problemas se convierten en la simiente de nuevos problemas. Pero, a pesar de las múltiples evidencias de que los cimientos del sistema crujen, las instituciones parecen instaladas en un insoportable quietismo que favorece los populismos, refuerza el carácter seductor de la tecnocracia y, en último término, alienta la anarquía social.
Ninguna de estas tres vías de escape ha favorecido históricamente los intereses de la mayoría de los ciudadanos, pero en los tres escenarios los perdedores inmediatos son los partidos clásicos. Por tanto, también sus intereses partidistas están en juego. Y, sin embargo, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el líder de la oposición, no hablan desde antes del debate sobre el estado de la Nación, celebrado a finales de febrero, según se asegura desde el PSOE. Su última reunión formal, según las mismas fuentes, tuvo lugar en septiembre del año pasado.
La dinámica de los hechos viene a confirmar que la estrategia de poder del Gobierno pasa por la expectativa de un alivio de la situación económica que el año próximo le permita aflojar la soga que asfixia a cada vez más ciudadanos y la del PSOE, por la expectativa de que no escampará este año ni tampoco el próximo.
El vínculo entre voto y paro
Según explica José María Maravall (Las promesas políticas) al analizar el vínculo entre la economía y el voto en un repaso histórico por diversos países, el desempleo es uno de los dos factores (el otro son las promesas de redistribución) que más ha facilitado que la socialdemocracia pase de la oposición al Gobierno y, en consecuencia, representa el mayor “peligro político” para que los partidos conservadores pierdan el poder: “Cada punto de incremento del paro bajo un Gobierno de la derecha generó un aumento del 10,2 por ciento” en las opciones de gobierno de los partidos socialdemócratas.
Pero el mismo Maravall matiza que, “en muchos casos, los gobiernos perdieron cuando las condiciones económicas fueron buenas o ganaron cuando fueron malas” y que, si bien “es cierto que no existe una asociación fuerte entre las condiciones de las economías y la supervivencia de los gobiernos”, también lo es que “las cosas cambian cuando las crisis económicas son muy profundas”.
Su conclusión es que la situación económica puede ser un factor determinante para decidir el voto, pero tanto o más decisiva que la economía resulta la política, “es decir, la capacidad de los gobernantes de generar confianza en el futuro”. Y, hoy por hoy, ni Rajoy ni Rubalcaba, ni el PP ni el PSOE, gozan de ese capital. Por el contrario, dan pábulo a la tesis de que los políticos actuales han sustituido “las ideas” –que no tienen- por “las palabras” –en las que ya casi nadie cree-, hasta convertirse en meros “discursistas” que, amparándose en que la pertenencia a la Unión Europea diluye su responsabilidad como gobernantes, ocultan su carencia de un proyecto de país.
Según algunos estudios sociológicos, entre los mayores de 40 años la democracia se traduce como bienestar y entre los menores de cuarenta, como instituciones y partidos políticos. Así pues, la democracia representativa está sitiada por un círculo de fuego. La razón última de este juicio es que, como subraya Maravall, “la democracia representativa se socava cuando los ciudadanos votan, pero apenas deciden”. Es por eso que el sociólogo y exministro de Educación propugna como terapia “más democracia”.

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